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I |
Tú surges sobre el mar de mi pasado,
penetras al abismo de mi vida
cual penetra una luz entristecida
en las ruinas de un templo abandonado.
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Tu aliento divinal y perfumado
respiro entre la brisa adormecida,
y entonces una lágrima se anida
en mi rostro rugoso y demacrado.
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Y aparece de nuevo en mi memoria
el recuerdo querido de esa historia
que ni se desvanece ni se pierde;
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y vuelo a ver, como en lejano día,
aquel tren que contigo se perdía
como una sierpe entre la fronda verde.
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II |
Ven y despertarás mis alegrías;
encenderás con tu pupila inquieta
el alma taciturna del poeta
que te canta sus hondas agonías.
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Mis horas son muy vagas y sombrías
bajo esta soledad muda y secreta,
y tu mirada, mística y discreta
disipará la sombra de mis días.
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Ven y dame el tesoro de tu risa
que todo lo perfuma y diviniza
cual una bendición sublime y franca;
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y en cambio yo, para tu tersa frente,
un beso te enviaré, mudo y ardiente
entre los ritmos de una estrofa blanca.
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Del libro: Retazos Líricos.
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