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“Es justo que ya todo termine,” me dijiste,
y el rostro sacudiendo fantástica, altanera,
un bucle que formaba tu negra caballera
cayó sobre tu espalda, y luego sonreíste.
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No sé si en mi rugosa faz amarilla viste
sublevarse la sangre voluptuosa y ligera;
mas sé que en mi pupila, soñadora y sincera,
el fondo vislumbraste de mi alma enferma y triste.
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Mi alma triste y doliente que fue una margarita,
blanca como la nieve, está enferma y dormita
bajo de sus dolores, como una mar en calma;
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porque a pesar de todas las iras de la suerte,
sabe tener la fuerza sublime de quererte
como que tiene el temple que ha de tener toda alma.
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Del libro: Retazos Líricos.
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