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Para Enrique Geenzier |
Es la verdosa mar que la simiente
ha formado a los pies de la montaña,
que el pobre labrador sin tregua baña
con el sudor de su rugosa frente.
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Cuántas veces le he visto diligente,
tornar y retornar a su cabaña,
cual si movido de una fuerza extraña,
anduviese su cuerpo decadente.
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Varios meses después, torné a la sierra,
y del ambiente y de la misma tierra
se escapaban perfumes suaves, sanos;
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y sobre el seno de esa selva amiga,
en cada surco divisé una espiga,
y en cada espiga un centenar de granos.
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Del libro: Retazos Líricos.
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