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Mi padre venerado, feliz de revivir con tu visita los lejanos días de amor de mi infancia pasados junto a él, me escribió:
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—Tu hijo quiere:
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Un trapiche para moler caña, con fondos, horno, galera, caballo y cañaveral.
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Un monito.
Cachorros de pumas y de jaguares.
Un arco de caña brava con flechas de virulíes.
Habas del norte.
Piedrecitas de cuarzo azul, y redondas piedrecitas arenosas, rojas, amarillas, blancas y verdes, de esas que se encuentran en los lechos de las quebradas.
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Un árbol de caucho que destile goma para sus pelotas.
Un gallito de monte que lo despierte con su estridente canto triste al amanecer y que le diga cuándo son las seis, al morir el sol.
Uno de los chorros bullangueros de las quebradas.
Un helecho arbóreo.
Una caña convertida en casita de apartamentos donde brillen cocuyos
que coge en el cañaveral.
Un tronco de espavé para labrar la tina de su baño.
Un macho de monte.
Una pavón de mofia amarilla y otro de mofia roja.
Un perico ligero.
Un gato espín.
Un gato hormiguero.
Un armadillo.
Plumas de garzas.
Una pareja de venados.
Una chuérela que ponga cada día un huevo azul y lustroso como el cielo.
¡Son tantos los amigos a quienes tu hijo quiere obsequiar estos tesoros, que a veces piensa que es mejor llevar dos perdices chuérelas!
Una pavita de tierra.
Un brujillo que silbe en la noche.
Al indio Señil, vestido de azul, que arrea en las noches de luna jaguars cargados de oro, al decir de las viejas leyendas campesinas.
La neblina.
Una derriba.
La quema.
¿Habrá en tu casa lugar para todas estas cosas, muchas de las cuales son tesoros viejos para ti? Porque el pequeño ya tiene los bolsillos y la maleta llenos de tesoros en los cuales reconocerás muchos de tus tesoros de niña.
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Publicado en: Itinerario de la Poesía en Panamá. Tomado de un libro inédito.
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