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(Taboga) |
I (1) |
Tiene la isla un alma embrujadora
que bulle entre los riscos de la playa,
donde la mar tranquila se desmaya
y do Neptuno entre sirenas mora.
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Alma que brilla en el espejo umbrío
de las tremantes aguas de la noria
que sabe del amor callada historia
en que el dolor fue cómplice tardío.
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El alma de la isla, temblorosa,
a las nocturnas galas de la luna,
vaga entre jazmineros y entre rosas;
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y al diapasón de música infinita,
cual de fugaces notas que se alejan,
el alma de la isla se adormita. . .
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II (2) |
Las auras perfumadas, vesperales,
rozando pasan los piñales rubios,
y del jugoso fruto los efluvios
saturan con su olor los pedregales.
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Pasa el labriego con el pié desnudo
y la repleta alforja sobre el hombro,
donde recolectó, sin gran asombro,
de frutos de la tierra cuanto pudo.
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Y nos deja al pasar los mil aromas
que exhala, penetrante, dulce piña
que cosechó por las riscosas lomas;
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y que es como un trasunto de la vida
de la isla que agreste se entregara,
en aromas y almíbar convertida. . .
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III (3) |
Entre el verdín de peñascal musgoso
pasa exhausto el arroyo prisionero,
murmurando un responso lastimero
que enantes fuera cántico armonioso.
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Ya de los pajarillos la bandada
en el breñal cercano a los solares
le han negado al arroyo sus cantares
en la mañana clara y perfumada:
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Porque una mano extraña e indiferente
mutiló de la linfa cristalina
la oxigenada y abundosa fuente. . .
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Y como voz que exhala el arroyuelo,
el alma de la isla, dolorida,
se queja sin hallar voz de consuelo!
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(1) A Carlos F. Salinas
(2) A José R. Domínguez
(3) Al Dr. Benjamín Quintero A.
Del libro: Sonatinas
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