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Han empalidecido los rosales
de tus bellas mejillas ruborosas,
así como se esfuman silenciosas,
las galas de los cielos vesperales.
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Te conocí radiante de hermosura;
vi de tu cuerpo la gentil silueta,
y sentí de tus ojos la saeta
que más tarde fue nuncio de amargura.
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. . .Inútiles tu ruego y tus amares:
Es tarde tu retorno hasta mis lares,
porque han palidecido los rosales
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de aquellas tus mejillas ruborosas,
así como se pierden, silenciosas,
las pompas de las tardes otoñales.
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Del libro: Sonatinas
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