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Con las carne temblantes, la sonrisa en los labios,
apuraba la copa que de fuego llenaran
bellas diosas en fiestas de placeres lejanos.
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A su lado las flores de perfumes distantes
-como bocas de diosas que sonrisas perlaran,
en coloquios de anhelos y desmayos quemantes-
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Sus encantos trayendo en los ricos encajes
de sus pétalos frescos, de sus pétalos suaves,
temblorosas, sonrientes, como núbiles carnes.
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En jarrones brillantes de magnífico esmalte
cabeceaban rientes en sus tímidos tallos
a los besos furtivos de la plácida tarde. . .
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En sus negras pupilas Eros fúlgida arde.
y sus labios el néctar de las vides invade.
-sosteniendo la copa con los dedos crispados-
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Evohé!-grita ansioso en la fiebre que arde.
Evohé!-le repiten los anhelos quemantes-
escanciando la copa mientras muere la tarde...
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Publicado en: El Heraldo del Istmo, Nº37, del 15 de julio de 1905.
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