Espantaron los perros
y fue un martes cualquiera,
cuando algún familiar
se nos murió a deshoras
y la abuela, en la noche,
nos enseño las húmedas cabrillas,
y el sereno de pronto, malsoñando
sino serenamente,
se mantuvo en su noche, el desvelado.
Espantaron los perros
y fue un martes cualquiera, y sigue siendo.
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