|
|
|
|
Toda esta tarde y nunca.
Como si ahora fuera
a jugar, a saber,
y fuera un niño,
me besara mi madre,
y una tarde
me sentara a mirar
mi corazón y la ceniza.
|
Toda esta tarde y nunca.
|
Y no hay olvido,
sólo estas viejas cosas,
estos muebles lejanos,
el antiguo reloj sobre la mesa,
el último retrato de mi madre,
sencillo, justo, suyo,
y todos estos años
en que me voy muriendo.
|
Toda esta vida y siempre.
|
Camino entre las calles y las vidas.
Voy sencillo, en silencio.
Yo no quiero que nadie
se despierte en la noche con los ojos
llenos de oscuras lágrimas, y grite.
Yo camino en silencio;
sólo mi corazón
que va como un hermano
dictándome recuerdos.
|
Y yo miro las cosas,
los pequeños objetos
y las pequeñas vidas.
A veces algo y siempre,
involuntariamente,
vivamente me queda
grabado en el recuerdo:
una sombra, una gota,
una sandalia pobre
tirada entre las piedras,
una semilla muerta
o las voces de un niño
nacidas en la niebla;
son cosas que nos quedan
como vidas en medio de la vida.
|
Eran las tardes, cuando
mis dos abuelos, claros
de gran sabiduría,
entre la claridad
segura de jardín y de alero,
iban a conversar
de vidas labradoras,
de la antigua sequía,
del cereal y vendimia,
de todas esas cosas
que en mitad de la vida comprendemos,
y las vamos amando,
ya sencillas y nuestras.
|
Yo no olvido estos rostros;
si con ellos construyo
mis años, mis recuerdos.
|
Toda esta muerte y siempre.
|
Del libro: Ceremonial del Recuerdo.
|
|
|
|
|
|
|