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(A Toña)
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La muerte, esa indolente y homicida,
vendrá una noche con su soplo helado,
hincará en mí su diente envenenado
y de mi pecho arrancará la vida.
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¡Oh, amada, dulce amada! Cuando herida
por golpe del destino inesperado,
rodar mires mi cuerpo inanimado,
acércate a mi lecho enternecida.
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Reclina en tu albo seno mi cabeza
y cubre con tus besos esa frente
que abrigó tantos sueños de grandeza;
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y al despedirte por la vez postrera,
coloca mi cadáver, tiernamente,
envuelto en un girón de mi bandera.
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Del libro:La Epopeya del segundo canal.
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