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(Para las Enfermeras del Hospital Santo Tomás) |
Enfermerita blanca, enfermerita pálida,
que los rostros ardientes
cariñosa acaricias con tus manitas blancas;
enfermerita pálida que con dulces palabras
las almas dolientes
de aroma embalsamas, |
¿qué hay en el fondo de tu alma de seda?
¿qué fuerza te impele a ser abnegada,
tan dulce y tan tierna,
enfermerita pálida? |
Dime, ¿adivinas la inmensa congoja
que invade las almas al fin de la vida?
¿Has bebido en la copa fatal que se apura
cuando todo se acaba y anida
por siempre en el alma una inmensa tristura? |
Dime, ¿has sentido la angustia infinita
y fatal que yo siento?
¿Sabes tú qué visiones tan negras
ven los ojos ya casi sin vida
del que va a un mundo muerto? |
Enfermerita dulce, enfermerita pálida,
que derramas la dicha
y la amargura calmas
con las suaves caricias
nacidas del fondo de amor de tu alma, |
muchos hay que mueren felices,
a pesar de la mueca postrera y la postrera lágrima,
si una voz dulce y tierna les dice
un consuelo; si unas manos muy suaves y blancas
desvanecen con una caricia
las visiones horribles de este valle de lágrimas. |
Enfermerita tierna, enfermerita pálida,
yo soy un enfermo incurable de un mal misterioso del alma;
yo soy un enfermo que ansía morir en tu sala,
recibiendo tus tiernas caricias, escuchando tus dulces palabras
para seguir después, ya tranquilo, la eterna jornada,
con una dulce visión de esperanza,
con la imagen tuya, enfermerita pálida. |
Del libro: Momentos Líricos
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