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En el camino que corre
directamente hacia el llano
se encontraron nuestros ojos
con miradas de relámpago.
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Tibia resultó tu carne
en el rojizo barranco
y enfurecidos salieron
tus senos como dos mangos.
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La tarde llena de lluvia
mojó las hierbas del campo
porque el cielo pretendía
celoso, tus muslos blancos.
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Apreté contra mi boca
las colinas de tu encanto
mientras alzaba mi cuerpo
enhiestas jarcias de barco.
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Y en aquel instante mismo
de violento temblor blando
abrió puertas la emoción
para cederles el paso.
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Como una niña con frio
te acurrucaste en mis brazos
cuando la sangre dejó
tu silencio desflorado.
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Ah! soledad sin descanso,
Ah! tu cuerpo sobre el llano,
Ah! mi sangre por tu sangre
como un río desbordado.
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Ah! los ojos que recitan
versos de cálido espasmo.
Ah! los brazos de la lluvia
sobre tus muslos, llorando.
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Del libro: Romancero Criollo y otros poemas.
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