DISERTACIÓN
DIFUNDIDA A TRAVES DE LOS MICROFONOS DEL RADIO-TEATRO ESTRELLA DE PANAMÁ, EN LA CIUDAD DE PANAMÁ, EN LA HORA POLÍTICA ORGANIZADA DIARIAMENTE POR EL DIRECTORIO NACIONAL DE COALICIÓN.
1940
Estimados amigos invisibles:
Gentil invitación, obligante e indeclinable, nos tiene ante estos micrófonos esta noche, listos a expresar nuestros honrados, porque son sinceros, conceptos, sobre el tema que en los actuales momentos ocupa la atención, y es la preocupación de la ciudadanía panameña: la lucha electoral para escoger al compatriota que ha de empuñar las riendas del Gobierno en el cuatrenio próximo.
Conocida como ha sido nuestra labor periodística por espacio de más de dieciséis años, en las columnas de la prensa o en los micrófono, nuestras palabras no necesitan esforzarse para llevar al convencimiento de nuestros radio-escuchas el sello de nuestra franqueza. Nuestras únicas ejecutorias son el no haber nacido con inclinación a la floristería, ni tener aptitudes para decorar abanicos ni cakes. Y el ser muy panameño; porque, como acertadamente afirmara conocido abogado veragüense, la adulación o cepillería no es planta panameña, sino importada.
Como una ola de optimismo, de esperanza, han recorrido los ámbitos de la República las palabras del doctor Arnulfo Arias la tarde que llegó a la ciudad de Panamá, pronunciadas en la misma estación del Ferrocarril. Evangelio patriótico, auto de fe de panameñismo, que ha venido a constituir en el electorado una plataforma sólida e inconmovible.
Vieja e inquebrantable amistad con el joven candidato y adalid de la renovación nacional ha provocado nuestro entusiasmo, nuestra seguridad de que esas palabras suyas han sido maduradas lejos de la patria, si bien concebidas en medio de sus compatriotas, ante el cuadro de nuestra nacionalidad que necesita de toda urgencia la inyección redentora del conocimiento del propio valer. Mucho hay que hacer y mucho que desbrozar con mano firme, pulso seguro y corazón esforzado. Vivimos, sin embargo, de espejismos que bien podríamos convertir en sonrientes realidades.
En Panamá la vida es fácil, se dice. Claro. Fácil para los que han logrado dar el salto afortunado y agarrarse de buena rama; para los de abajo, un calvario. Vemos en las ciudades y a los lados de las carreteras suntuosos edificios, monumentos, escuelas flamantes, prodigios de arquitectura. Pero adentrémonos en la montaña y veremos el cuadro triste y desgarrador del chiquillo analfabeto, muriéndose de hambre física y moral. Y surge entonces en nosotros la fe en que, con el nuevo evangelio que la plataforma de Arnulfo Arias informa, se construirán edificios más modestos pero con el dinero ahorrado se podrán construir más escuelas en los sitios apartados, escuelas humildes, verdad, pero fanales que alumbrarán las tinieblas de aquellas soledades incultas, donde vive una casta despreciada como si no fueran nuestros compatriotas… Y se enseñará al niño a leer y a escribir y al padre a vivir como ser humano y a evitar las enfermedades.
Cruzada de patriotismo verdadero debe de ser una vez por todas, esta lucha en que estamos afanados. Lucha de civismo y civilización, no vocinglería de parque, ni rebelión estúpida, hija de ambiciones insatisfechas y rencores ancestrales que ciegan. Es necesario no confundir, como no debemos confundir el patriotismo cuando es escudo de bribones, para alejarnos presurosos de los que se pasan el tiempo repitiendo que son “patriotas” y viven del patriotismo de los demás. El verdadero patriotismo es trabajo y es amor. Es la conciencia limpia y el corazón en paz!
Que la pasión no nos ciegue con su nube emotiva ni demos oído a las insinuaciones de la simpatía. Supeditemos la una y la otra a la verdad de los hechos. Que solamente nos inspire el deseo de anotar al margen de la vida nacional las virtudes descollantes que nos dignifican y los errores de transcendencia que es necesario rectificar. En una palabra, seamos sinceros y se acabe la moda de tener, como quien dice, dos morales: la moral de entre casa y la moral dominguera. Siendo sinceros con nosotros mismos lo podremos ser con los demás y todas nuestras actitudes llevarán su sello honroso, noble e inconfundible.
La idiosincrasia Panameña, nuestra indolencia, ha creado una segunda naturaleza que invita a calificarlos con calificativos injustos. Pero la masa istmeña es sagaz, es justiciera en sus apreciaciones aun en medio de su frivolidad. El Panameño es vivo, es despierto, y sabe aprovechar las oportunidades. En río revuelto, en periodos eleccionarios, cuando la sinceridad sufre eclipse y sube a flote lo que no pesa, el panameño puede hasta parecer lisonjero y él lo sabe. Pero cuando vuelve la normalidad, sabe colocar a cada quien es su justo lugar: los que lo merecen, quedan en su pedestal, por sus propias ejecutorias; los otros, van a su oscuridad, a su rincón, a su anonimato. Un retrato quizás en un medallón del Salón Amarillo de la Presidencia, un nombre con una “H” y una “D” antepuestos, en los periódicos, en las gacetas oficiales y los anales de la Asamblea y un recuerdo con una sonrisa compasiva….
De ahí que en caravana entusiasta forme falanges compactas bajo el lábaro enarbolado por quien, lejos de la Patria proyectó nuevas auroras para ella y pone ante los ojos de sus compatriotas todo un credo de reivindicaciones salvadoras. De ahí que la ciudadanía se estremezca jubilosa y corra a cerrar filas a la voz sincera del compañero que viene a ella con corazón limpio y pleno de nobles propósitos.
Y aquí estamos, los que creemos en él. Los que, pleno de sinceridad y animados por esos mismo anhelos que impulsan los actos de Arnulfo Arias, ofrecemos el pobre o abundante acervo de nuestras capacidades.
Aquí estamos confiados en que seguimos la ruta correcta; y, si hay otros compatriotas que no piensen que es así, discutamos nuestros principios con palabras de caballeros. Para ello tenemos, a Dios gracias, el don sagrado de la libertad de expresión. Pero, como dijera el actual Presidente –Periodista colombiano doctor Eduardo Santos, “Hay que aceptar la libertad valerosamente, con todas sus consecuencias, y hay que tener del régimen democrático un concepto varonil y sincero, para aceptarlo como él es: sin privilegios y sin violencias”.
De aquellos que transitan por derroteros distintos al nuestro es la convicción de que siguen el surco correcto. De nosotros también es la de que es en nuestras toldas donde se forja la Patria grande y radiosa que soñamos.
Equivocados ellos o nosotros, tengamos siempre el gesto boyardo y caballeroso. El hombre tiene derecho al error. Y no sabe lo que es la libertad, aquel que no respeta en los demás el derecho sagrado del error sin el cual sería una quimera, un engaño, el derecho a la verdad.
Seamos lo más amplios posible. Que en esta vida no debemos ser lobos y enemigos sino cooperadores en la gran Armonía Universal.
No perdamos de vista nuestros grandes destinos. El universo entero enfoca su mirada, extrañada o complacida, pero en ninguna manera indiferente, hacia este país chiquito que marcha hombro con hombro y trata de igual a igual a la Nación más poderosa de la tierra, a la que el Viejo Mundo teme, respeta y coquetea. La Republiquita de alquitarado valor cívico que tuvo un Presidente que, sin fanfarrias, modesta, pero altivamente, con la altivez que autoriza la Justicia, se presentó un día a la Casa Blanca, a la capital nido de la Democracia, a discutir, no a pedir. A exponer, no a mendigar. A exigir, sin arrogancias ridículas, pero enérgicamente, y no a ofrecer. Consumado el sacrificio del desgarramiento de nuestras entrañas, nos asistían derechos que fueron olvidados o menospreciados; pero no podíamos conformarnos con ese menosprecio ni ese olvido y el Primer Ciudadano Panameño fue a exigirle al Primer Ciudadano de la Democracia Americana que hiciera buena su palabra de Buen Vecindaje. Y quién sabe si de aquel gesto del Presidente Panameño, se han beneficiado y se están beneficiando muchos países. El mundo entero quizás!
He aquí, amigos del aire, motivos por los cuales debemos sentirnos orgullosos de ser panameños!
He aquí, amigos del aire, motivos por los cuales siempre y sin desmayos el estandarte de nuestro panameñismo.
He aquí por qué debemos rodear en líneas compactas al adalid del panameñismo, doctor Arnulfo Arias Madrid!.
Nacho Valdés.
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