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(Para “El Niño.”)
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Era un viejo de espejuelos
que nunca probó el dolor
y cuidaba con amor
la heredad de sus abuelos.
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Como nunca tuvo hijos
ni esposa ni nietecillos,
tenía llenos los bolsillos
y hacia sus gastos prolijos.
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Como únicos compañeros
tenía un perro y un gatito
vivió siempre, así, solito,
entre una raza de obreros.
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Pero resultó, que un día
perrito y gato murieron
y entonces conocieron
los vecinos su alquería.
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Pues, por medio de un silbido
con un flautín de papayo
con la rapidez del rayo
estuvo el pueblo reunido.
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Señores!... les dijo: os llamo
porque mi familia ha muerto
podéis repartir mi huerto
yo no quiero ser más amo.
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Dentro de medio segundo
este mundo dejaré.
Viví porque los amé.
¡Nada me queda en el mundo!
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Y estirando las patitas
fue quedándose dormido,
y cuentan que fue comido
por unas cucarachitas!
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Pues, con suma indiferencia
sus vecinos lo miraron
y sólo se preocuparon
por repartirse la herencia.
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Niños…
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El cuento que os he contado
enseña una gran verdad:
que aún en la ancianidad
no existe felicidad
si no se ama y no se es amado.
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Del libro: Nieblas del Alma.
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