María de Peñalosa
con sus nalgas conventuales
blancas, aterciopeladas, flor de alhelí,
piensa en el verde olivo de sus ojos
caramelos para los labios
y sueña con el brazo fuerte
que toma su pecho,
que late
ese pecho erecto joven deseante.
Las telas traídas de Oriente
son arrancadas de su cuerpo
por el barquero que pasará a mejor vida,
poco le importa,
es la desnudez de la paloma en celo
besando espumas seminales,
es el capricho,
vapuleo sin censura para la hechicera
que roba el alma de Balboa.
En su celo ya no ve el horror del cuerpo amado
y junto al estrupo de los ajusticiados
olvida la cabeza expuesta en pica.
Quizás hable la lengua
que muerta duerme.
Planta una ruda junto al balso seco y
la conchita de nácar prende el rumor de la ola
para cantarle a los besos
que se sacrificaron en el patíbulo.
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