En la redondez del vientre
junto al verano que murió sin agua
el feto como vida pura espera,
comunión que rompe la soledad
para vestirse de encajes y risas.
Es esa sensación de vivir en eterna compañía
haciendo nuditos en las cintas
contando los días
y lanzando suspiros.
Ese deseo de salirse de sí
ignorando el fluir que crece
entre la satisfacción y la esperanza.
¡A la dulce plenitud!
reposo de redondeces que es condena
sobre la inocencia que el tiempo edifica durante nueve meses.
Te desnudas y contemplas ante el pálido arlequín
al hechicero que descuelga una estrella
entre la sangre roja y las sábanas blancas
un ciego mece la niña bella
que llora rítmicamente.
La llamo Stephanie
y es como una mujer menudita
la salvia y la verbena coronan su cabeza
y entre sus dedos
tiemblan luciérnagas.
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