El ebanista estira la madera
que busca en el detalle la cobija
amigo del árbol sin hojas
la desgarra en el centro
como aquel pájaro carpintero.
Torbellino de voces
confundidas en el gesto
revelador y apretado
hoy una silla
mañana una guitarra.
Parece un hado
que al aliento imprime formas
buscando el perpetuo librero
que en un no mentido orden autoriza
allí pondré el libro tan querido
con su firma y su nobleza.
De nuevo de la crisálida rama
por ensalmo gitano
hace pianos
a la sazón el veterano.
Arranca la medusa
las varias cadencias de sus teclas
prestadas del colmillo al animal robado.
Al doblar la pared
está el taller que da al patio
aserrín y polvo
al empuñar el serrucho martillo y clavos.
Se aferra el ebanista
al último trozo de madera
y con él hace la muleta
que sostiene al Quijote sin su Sancho.
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