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A la memoria de Víctor Manuel
Iglesias
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VICTOR
MANUEL
IGLESIAS se llamaba
un hombre a quien conozco.
Hoy sus huesos conversan con la lluvia,
con las hojas, con la yerba o el invierno.
Y también seguramente, hoy, hará un instante,
hablarán de cosas infinitas.
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VICTOR
MANUEL
IGLESIAS se llamaba. Lo llamaban.
Y amaba la paz, los niños, su suelo
(explico: su patria), su bandera;
y la alegría viajaba con él en su autobús,
como algo cotidiano, como una obligación
de vida, como algo ya por siempre necesario.
Muchos lo llamaban por su nombre,
o simplemente otros tantos le enviaban su saludo.
Y amaba muchas cosas. Pero fue obligado
a que fuera con ellas al olvido.
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Y si amaba la paz, no la amaba arrodillado.
Y si amaba a su patria, no es que ésta fuera libre.
Y si amaba la vida, no es que todo
estuviera muy bien hecho.
Amaba el trabajo, la sencillez, lo solidario,
porque sabía que era de aquí luchar todos los días.
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VICTOR
MANUEL
IGLESIAS se llamaba.
Como todo hombre, tenía sus hermanos, su madre,
sus amigos, su amada y tanto y tantos compañeros.
Pero otros dijeron (decidieron desde el Norte)
que fuera a dialogar de cosas infinitas.
Y fue entonces aquí
(pero siempre desde el Norte) que a punta
de bala rubia fue obligado.
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Después… después no tuvo más
que besar la tierra desde adentro.
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VICTOR
MANUEL
IGLESIAS se llamaba.
Mas hoy su cráneo roto, sus fémures dormidos,
sus tibias proletarias, sus puños indomables,
dialogan en secreto con la yerba, el rocío,
las raíces, o el invierno.
Y sus uñas reúnen diariamente los metales,
y va formando milicias subterráneas.
Todo en secreto como dije, porque
aunque muchos lo llamaban por su nombre
hoy le decimos camarada!
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Del Libro: Aquí sobre esta tierra.
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