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Aquí tu voz sin voz,
por Ramón Oviero

A Ascanio Arosemena

(Vestido de ceniza
y de laureles,
parco en sonrisas
-dura la voz
los pulsos fieles-
por campos de claveles
vas tú… voy yo…: los dos)

DONDE la voz termina por vencerse
ya no hay espacio para despedidas;
sólo un rumor de balas homicidas
sella el adiós final, empuja y tuerce,

más que a aquel toro que no puede verse
este sabor de tierra no vencida.
Entre tu pecho y mi pecho, la vida:
si como un río va sin conmoverse,

a veces como el mar brama y estalla.
Rueda tu voz de pena mientras calla
esa furia de sangre adolescente:
semilla oscura hoy entre tus huesos,
que no puedes guardar estando presos
tus puños vueltos cal por lo caliente.

                                      (Capitán sin navío
                                      y navegado;
                                      náufrago nunca
                                      ni tampoco ahogado,
                                      zarpando sin desvío
                                      tú en tu costado:
                                      yo por el mío.)

No podrá nunca el mar quedar desierto
mientras esté tu sangre en nuestro oído.
Y lo que el mar en sal hubo vertido,
lágrimas han de ser por verte muerto.

El tiempo para ti no es tiempo. Huerto
quizás para las horas convertido:
esfera no serás para el olvido
que a mis párpados llegas todo abierto.

Un solo corazón te corresponde:
ni de luto, sin manchas, sin cadenas:
vestido y desvestido por las olas.
Bajo tu piel sin piel vibra y se esconde
lo que a la tierra diste con tus venas
para hacer estallar las amapolas.

(Débil el ruido,
-la ola, la marea-
llega de atrás
en tanto que dormido.
Rayo después
a donde vas,
sigues y estás
entre nosotros tres.)

No le falta a tu cuerpo vestidura
ni ya a tu sombra claridad le falta:
tu anochecida voz se sobresalta
mientras tu puño pólvora procura.

En ti, dura ha de ser la sombra y dura
también será la pena que te asalta.
Y sigue entre nosotros y hace falta
por íntegra y febril carnadura.

Ametralladas siguen tus ojeras,
con fusiles extraños, balas fieras,
granadas decididas a vencerte;
pero al pueblo tu pecho pertenece,
también tu corazón por no vencerse:
¡no habrá por tanto, para ti, la muerte!


Del Libro: Aquí sobre esta tierra.


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