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Cortesana
por Justo A. Facio

Siempre fue la belleza ejecutoria;
pero más alta gloria
darte a los dioses soberanos plugo:
el mayor timbre para tu alma es ese:
hacer que caiga y pese
sobre orgullosos ánimos tu yugo.

No el yugo cuyo peso la garganta
ni dobla ni quebranta
de la sencilla, tímida paloma:
a tu yugo se inclina el albedrío
como animal bravío
al hierro enrojecido que lo doma!

De vencedora reina es tu apostura;
tu divina hermosura
con deslumbrantes resplandores ciega;
pero es otro el poder, es otro el hado
que, fiel a tu dictado,
juntas cerviz y voluntad doblega.

Por eso ni te tientan ni te ufanan
las victorias que ganan
aun vulgares y frívolas hermosas:
¡triunfo sin brillo ni valor el de ellas!
Si cautivan por bellas
son en cambio sin número las rosas.

Es si rival, es único tu imperio:
por raro ministerio
cuyo influjo tenaz el alma siente,
quien el fulgor de tu mirada prueba
desde ese instante lleva
doblada como réprobo la frente!

Esos triunfos te placen… Tu mirada
es intangible espada
que en materiales luchas no se mide:
para triunfar en enemigo campo,
te basta con el lampo
que cual radiosa lámina despide!

Cuando cubierta por flotantes gasas,
deslumbradora pasas
en el soberbio carro de tu orgullo,
los hombres que tu mano se conquista
inclínanse a tu vista
sin proferir un tímido murmullo.

Mas si en fuerza de férvidos antojos
tus abrasantes ojos
en hermoso doncel pones al cabo,
del suelo levantada la rodilla,
es de ver cómo brilla
el semblante gozoso del esclavo!

En él mimo y dádivas agotas;
sus ligaduras rotas,
a tu pavés de reina le levantas;
más no como a señor le das abrigo:
él estará contigo
bajo regio dosel… pero a tus plantas.

Ni compartes el trono ni le cedes;
tus besos son mercedes,
hay en tus voces imperioso grito;
y el mortal satisfecho que en tus brazos
halla dichosos lazos….
es apenas tu esclavo favorito.

Más una vaga sombra de tristeza
anubla tu grandeza:
así como en la cumbre sin verdura
que hasta el cielo se yergue en el vacío,
desesperante frío
reina para las almas en tu altura.

Tu rostro de hermosura resplandece;
pero no te ennoblece
en esta diaria y desastrosa guerra,
esa ley vencedora de la muerte
que en ángeles convierte
a los míseros hijos de la tierra!

Tu hermosura no brilla ¡desdichada!
con la lumbre sagrada
que el amor en sus senos atesora:
más fecundo que todos en el suelo,
ese rayo del cielo
hizo grande a la antigua pecadora!

Tú con soberbia ó con desdén abates
en mundanos combates,
sin ver lo que tu mano sacrifica,
al ángel mismo de mirar sereno
que en el drama terreno
hasta el mal embellece y glorifica.

Has desecado sin piedad la fuente
cuya dulce corriente
es como un eco de amoroso arrullo;
cubre tu senda quemadora lava
y donde amor brotaba
se levanta satánico tu orgullo.

Pero teme al amor: es rencoroso:
cuando busques reposo
fatigada del torpe desconcierto,
no darás ¡ay de ti! con el camino
que ofrece al peregrino
deleitoso refugio en el desierto!


Publicado en: La Revista Nueva, Época I, Número 6, San José, Costa Rica, 1 de febrero de 1897.


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