De tarde pensativo en la montaña oscura, mientras el sol cansado se marchaba, una nube en el cielo dibujaba tu belleza, tu gracia y tu hermosura.
Entonces preguntéle emocionado a una rosa muy blanca: ”Debo de Amarla?” y el eco respondióme enamorado: “Como es buena y es bella, hay que adorarla”.
Publicado en: El Heraldo del Istmo; Año III, N° 56