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Refieren que de incógnito entró un día
el endiosado Emperador de Francia
de su rango ocultando la importancia
al taller de paupérrima herrería.
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Y allí, a un obrero lleno de energía,
de salud, de paciencia y de constancia,
que del yunque gustó desde la infancia,
hizo el guerrero noble cortesía.
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Y así dijo el valiente, nuevo Marte
al domador robusto del acero:
—venga esa mano, quiero saludarte—
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—Las tengo sucias— contestó el herrero.
—Siempre —repuso el Corso— Bonaparte
limpias halló las manos del obrero.
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Publicado en: El Cronista, 1ºde febrero de 1908.
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