 |
|
|
|
Para Raúl A. Chevalier
|
Y después del horror de la metralla,
y después del combate y los estruendos,
en sangre tinto, heroico
por sobre el polvo rojo y por los bresos
se arrastraba jadeante, con fatiga,
el que vio la batalla y vio los muertos,
y estuvo en el placer de los caníbales,
en lucha cuerpo a cuerpo
con el último grupo que muriera
del indomable y firme regimiento.
|
Y cabe el tronco secular de ceiba,
que sombra amable derramó en el suelo,
el oscuro soldado, en sangre tinto,
tendióse macilento;
tendióse con angustia,
herida la cabeza, herido el pecho,
y en el ocaso de la tarde helada,
y como en manto de escarlata envuelto
¡ah! De hipo en hipo y de dolor al grito,
vuelta la faz al rutilante víspero
fue cerrando los ojos, mudo, cárdeno,
con el clamor de los remotos vientos;
y sin la sed que calcinó sus labios,
y sin la angustia que mordió su espíritu,
sobre la ola negra se arrojó al misterio
el legionario que sonrió a la muerte
cuando el ocaso funeral siniestro,
de nubes rojas coronó sin aureola,
de rojas llamas coronó a los muertos.
|
Y cabe el tronco de la ceiba añosa;
vuelta la faz al sol, informe y yerto,
una escolta de pájaros graznaba,
de pájaros muy negros,
al pie de aquel cadáver
que tuvo un alma, que no tuvo miedo,
de pájaros salvajes,
que acercaron sus picos cuando el cuerpo,
lívido, mustio, por el sol estaba.
|
Y fue el asalto cual visión dantesca.
|
De buitres carniceros,
que exhumaron las vísceras ya negras,
y destrozaron plexos,
y así el cerebro y el corazón y tórax,
dejando en polvo y huesos
los míseros despojos del valiente,
que el día de la batalla, como héroe,
estuvo en placer de los caníbales,
en lucha cuerpo a cuerpo,
con el último grupo que muriera
del indomable y firme regimiento.
|
Publicado en: El Mercurio, 6 de julio de 1901.
|
|
|
|
|
|
 |