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Era de tarde. Entre la sombra opaca
que un rojo ocaso cual caudal dejó,
a ella, que ignora mi pasión extraña,
la intensa llama
la llama intensa de fatal pasión.
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La vi de luto, impenetrable, regia,
por entre el parque pálida pasar,
y era visible con frialdad serena
la intensa huella,
la huella intensa que dejo el pesar.
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De luto estaba, acaso por los muchos
que huérfanos murieron de pasión,
o tal vez por los míseros difuntos
que a golpes rudos
que a rudos golpes el hado soterró.
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Quizá por el doliente y triste anhelo
sin fe, sin alma, del náufrago ideal;
por las marchitas ansias de lo excelso
negruras hondas,
hondas negruras de hosco porvenir.
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Tal vez entre los pliegues de su traje,
do claman la tristeza y el dolor;
se oculta moribunda, agonizante
mi blanca imagen,
la imagen blanca de última ilusión.
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Acaso es que me anuncia que me quiere
en mi ixionida lucha y en mi sed
del agua viva que su gracia vierte
en ondas breves,
en breves ondas dulces como miel.
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¡Ah! Si supieran que la adora el alma
así, de luto, bella y augustal;
si supiera…más no!... vibre en el harpa
la intensa llama
la llama intensa de pasión fatal.
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Publicado en: El Heraldo del Istmo, 15 de octubre de 1904.
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