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A mi amigo Fernando Flórez M. |
Sin la fuerza viril de los creyentes
que a etérea cima el ideal levanta,
del conticinio en horas de silencio,
en la fatiga ya sin esperanzas;
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¡oh! Rudo empeño,
¡oh! Vida amarga,
la fuerza del destino inexorable
del entusiasmo el fuego nos apaga.
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En este anémico letargo el astro
ya no modula las canciones bravas,
que en las arterias opulenta vida
hacía correr con abundante savia,
todo es fastidio
cansancio y calma
en que mudo el espíritu reposa
abdicando sus fuerzas a la infamia.
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La trova femenil de canto estulto
beleño es que nos marchita el alma,
y ronca ya de pregonar quimeras
sarcásticas sonrisas da la fama
y vano es todo,
la gloria vana
para alcanzar en lucha interminable
del hastío la sorda carcajada.
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Al inclinar la frente dolorida
al férreo yugo de la suerte aciaga,
a que afrontar con ánimo impasible
del hado infausto las terribles garras,
si todo es fango
dolor y lágrimas
que unido al ultraje de la vida
asfixia y envilece y aún nos mata.
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La rósea luz de la divina antorcha
que idea suprema en lo sublime entraña,
hoy vacilante con reflejos trémulos
su luz no presta fortaleza al alma,
ya apenas flota
con pesar y ansias,
en este mar de cosas corrompidas
girones de la fe que alienta y salva
duerma callado el corazón de fuego
que en otro tiempo acarició esperanzas,
y de anestesia el fatigado espíritu
se cubra como en fúnebre oriflamas;
que cuando todo
dormido yazga,
en negra somnolencia aún tienes yertas
las sombras de las calles solitarias.
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Publicado en: El Mercurio, 28 de agosto de 1893.
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