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Cuando en horas de calma y sosiego
miro un grupo sonriente de niños,
no los mates ¡oh Dios! no los mates,
que no lleguen a grandes, me digo.
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Es tan bella la casta inocencia
toca al alma tan dulce en lo íntimo,
que las urbes se pueblan de sombras
si no cantan o lloran los niños.
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Flores blancas con frágiles alas,
de la selva humanal insectillos,
que se llevan el polen del tedio
y fecundan la dicha en los nidos.
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Siempre al verlos recuerdo en el alma
las palabras divinas del Cristo
cuando dijo: No iréis a los cielos
si no sois como son estos niños.
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Los has visto correr, agruparse,
desunirse, dar vueltas, dar gritos,
ya de bruces nadando en el suelo,
ya de tedio imitando a los grillos?.
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Son un canto sus gárrulas voces
que en redor se dilatan con mimos,
que nos traen cual aromas del alba
nuestros propios recuerdos de niños.
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Son un órgano vasto de acentos
que estremecen de amor lo Infinito,
son la vida futura que vibra
en su cáliz más santo y divino.
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¡Ah, las almas promesas del tiempo!
¡Esperanzas risueñas los niños!
Que su llanto y su risa me arrullen
cuando yazga en el lóbrego olvido.
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Publicado en:
El Heraldo del Istmo, Nº 15 de 27 de agosto de 1904.
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