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(Balada)
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Aquella tarde el gran rey le decía:
—Oye, si eres mía tendrás mi silla
de montar de oro y mi caballo gris,
un palacio de excelsa maravilla
donde cual reina te verás feliz.
—No quiero corcel, palacio ni tu oro,
prefiero más mi honor que tu tesoro,
Karina respondía.
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Y el gran rey le decía:
—Oye, con mi corona inmarcesible,
la mitad de mi imperio te daré,
nada a tu anhelo le será imposible
siendo yo el paje que estará a tus pies.
—Dálo a tu esposa. ¿Quiero yo grandeza?
Prefiero más mi honor que la vileza,
Karina respondía.
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—Pues, oye: si no atiendes a mis males
tú, Karina, te verás
en tonel erizado de puñales
que a golpes mis esclavos rodarán,
—Si lo haces, mi Madre Inmaculada,
no me tendrá por débil ni culpada.
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Vinieron los esclavos,
y Karina valerosa fue puesta en el tonel,
en tanto que del cielo bajaron dos palomas...
y que luego fueron tres:
Y vióse al mismo tiempo
dos cuervos del infierno que al dirigirse al rey
lo arrebataron hoscos, se lo llevaron lejos...
y que luego fueron tres.
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Publicado en: El Heraldo del Istmo, Nº 52, 28 de febrero de 1906.
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