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¿Por qué presentimientos y terrores
hurtabas tu rugoso vientre umbrío
a la pesada inercia de la especie,
que en esas apacibles humedades
donde tu esencia toma pie en la noche,
no hallaban acogida la violencia,
la luz hereditaria de mi nombre?
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¿Acaso rechazaban tus entrañas
la maldición del canto, el bardo oculto
en las hirvientes simas del deseo?
¿Acaso viste proyectarse en sueños
el rostro tinto en sangre del abuelo;
la esfinge, ciega de crueldad y amor
preguntando emboscada en los caminos?
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Empero, te prestabas a mi busca
dispuesta a darle al rostro del mandato
tu frente tersa, tu mirada ausente.
Mas de la tibia cuenca de tu vida
la sangre daba siempre su tributo
al cielo y a los astros implacables.
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Perdón, perdón mujer de carne dócil
por este amor extraño a tu sustancia,
por este resplandor en la mirada,
y por el sino que guía mis transportes.
Quisiera amarte por tus senos duros
crecidos en mis manos para el mal,
y por salir del agua arrebolada
y por tu anchura noble de caderas,
y el sol profundo abierto entre tus muslos,
y por rendirte a las potencias turbias
que guardan los secretos de la noche.
Que a cambio de la vida que reclaman
chirriantes auras, voces rezagadas;
que a cambio del infierno en que te hundo
pudiera darte amor, amor corriente,
el de entrelazamientos y alaridos,
amor de cuerpo a cuerpo, henchida el alma
de niebla y levantada claridad.
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El ángel silencioso me visita,
luciendo un ala de augural blancura,
con un clavel prendido en el ojal
y el sol de ayer dorándose en su frente.
La boca tensa, azul de predicciones.
Los ojos verdes miran hacia arriba
como exigiendo al cielo mi castigo.
El índice señala el calendario,
y el viento que sombrea sus pisadas
me hiela las entrañas de apellidos.
Que en el balido tenue de la muerte
te encuentre en mí, dictando la respuesta.
Te llevaré mi niño a la montaña
para que duerma en tu regazo,
abiertas las arterias a tu sed.
Levantaré el puñal resplandeciente,
me llevaré el cordero a mi guarida.
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Por eso, amada, cede la delicia
oscura de tu vientre, la abrigada,
jugosa entraña que demanda el nombre.
Despierta con mis sueños heredados
y alerta los rincones de tu carne.
(Sufrida sombra: deposita en ella
la errante maldición, la culpa antigua,
y duerme al fin, descansa en el Perdón.)
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¡Un hijo, Dios de mi alma, un hijo, y muerte
para colmar la nada en tu Presencia...!
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Del libro: El camino recorrido.
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