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Era en mi, sin mirarla, la mañana,
al principio del canto. Adivinada
su altura, su rumor, su sepultada
luna renacería en la fontana.
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En el rocío, el sol, el trino grana,
y la flor de verano desbordada,
y eternas mariposas orbitadas
en el exangüe imán de mi ventana.
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Con los ojos cerrados, como un ciego
disfrutaba del sol. Su amable fuego,
su luz me trastornaba el tacto henchido.
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Todo era claro y bello y me llenaba
el alma. Con todo el cuerpo escuchaba
la aurora rebosante de sonidos.
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1934.
Del libro: Voces y Paisajes de Vida y Muerte.
Segundo Premio Nacional de Poesía,
en el Concurso Literario Ricardo Miró. 1948.
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