Pero si es muy sencillo:
avanza ciegamente en la neblina
tanteando su terreno
con un tosco bastón de gasparillo,
hincando huellas de águila en el cieno
horrendo en que camina.
Silencio: no hagas ruido,
aguza los oídos,
escucha su silbido
de pájaro asustado
—sauce llorón mezándose el cabello—
buscando en la corriente aquel destello
que fulguró en los ojos del ahogado.
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