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Ceñida al tallo de una pomagrana,
en Zegla, a orillas del Teribe, un día
(mil novecientos treinta y seis) veías
desfilar la corriente heraclitana.
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Con las enaguas rojas de tu hermana
el tiempo por lo bajo discurría
—Y el agua es clara y fresca— me decías —
y lenta y dulce ha sido la semana—.
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Feliz, serenamente grave, atento
miraba lo que me ibas indicando
con un dedo meñique adolescente:
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—Bajo esas hojas que sacude el viento,
una guabina —estabas explicando—
¡y mira: un dios ahogado en la corriente!
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Del libro: Aproximación poética a la muerte y otros poemas
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