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Cautiva imagen, entre dos espejos,
mirando prolongarse al infinito
el rostro de un desconocido, un viejo
de ojos tristes y párpados marchitos.
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La mano, puro huesos y pellejo,
vuela a la boca para ahogar un grito,
eslabonando secos morabitos
que avanzan a medida que me alejo.
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Vertiginoso, móvil palimpsesto
de lívidos ancianos repetidos
—arrugas, queratosis, piel cetrina—,
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petrificados en el mismo gesto
del que de pronto se ha reconocido
en el extraño que dobló la esquina.
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Del libro: Aproximación poética a la muerte y otros poemas
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