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Rodeado de naranjos que son frutos y aroma,
mecidos como hamacas por rumoroso viento,
mi viejo pueblo observa, subiéndose a la loma,
un horizonte en llamas, cual áureo pensamiento.
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Un algo de aborigen su mansedumbre esconde
bajo el ropaje mustio de palmas, de sus chozas;
y a veces brota un canto, no se sabe de dónde,
que añora tiempos idos y tantas otras cosas. . .
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Cuando la luna extiende su melena de plata
en la colina llena de verdor y frescura,
todo el misterio antiguo su plenitud desata.
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Y hay quien diga por eso que allí le dieron cita
al indio y al hispano, los dones de Natura,
para que se confiaran sus sueños y su cuita.
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1932
Del libro: Antología Poética
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