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Lo recuerdo muy bien; junto a la orilla
El paisaje marino contemplábamos:
Era una tarde bella y melancólica
De anhelos dulces y de ensueños castos.
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¡Qué hermoso estaba el mar! Pero en mi mente
Se agitaban recelos muy amargos;
Mientras que tú, con aire pensativo,
Vagamente mirabas lo lejano.
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__!Ya no puedo ser tuya!__ al fin dijiste,
Y en tus ojos dos lágrimas brillaron__
La suerte así lo quiere, ¿a qué engañarte?
Olvidemos por siempre lo pasado. . . . . .
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Pero al darme tu adiós por la vez última,
Que con un beso sofoqué en tus labios,
Iluminó tu rostro una sonrisa
De pudoroso y celestial encanto;
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Sentí que del amor la llama intensa,
En un efluvio de divinos hábitos,
Penetró sutilmente hasta mi espíritu
Con mi sér a tu sér encadenando.
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Y fuí feliz, porque al pensar en ello
Vino a mi mente un plácido destello
De grato alivio y bienhechora calma;
Y comprendí que heridos por la suerte,
Distanciados los dos . . . . aun por la muerte,
¡Siempre eras mía ante el altar del alma!
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Del libro: Ritmos Melódicos
1920
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