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¡Quédate así! Con tu cabeza lánguida
apoyada en tu mano de jazmín,
no dejes nunca esa actitud romántica;
no te muevas, mi bien... ¡quédate así!
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¡Quédate así! Para inspirar un cántico,
a tu tierno y amante trovador,
tipo de la belleza melancólica
con que siempre soñó mi corazón.
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¡Quédate así! Para mirarte estático,
así inclinada la preciosa sien,
encarnación del ideal poético
que mi alma ardiente en sus delirios ve.
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¡Quédate así! Sobre tu traje cándido
tus cabellos flotar deja, mi bien,
sueltos cayendo sobre el pecho nítido,
que envidiara la Diosa del Placer.
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¡Quédate así! Con la mirada ignífera
fija del cielo en el hermoso tul,
Tú que eres, ¡ay! de irá existencia mísera
el solo encanto y la brillante luz.
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¡Quédate así! Porque con ojos ávidos
quiero tus perfecciones contemplar,
tú que con solo una palabra mágica
feliz me has hecho para siempre ya.
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¡Quédate así! Y que la parca lívida
ponga a mi vida en este instante fin;
que si viéndote así desciendo al túmulo,
yo moriré feliz, sí, muy feliz.
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¡Quédate así! Como la flor que el céfiro
sobre el talle gentil hace inclinar;
¡Quédate así!, mi amor, así, ¡mi ídolo!
No te muevas, por Dios, ¡nunca jamás!
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¡Quédate así! ... Mas si tu frente inclínase
porque tu pecho encierra algún pesar,
no más tu mano en la mejilla pálida:
¡No te quedes así, no, por piedad!
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El Centinela, Nº 105
Publicado el 10 de enero de 1857
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