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Me ofreciste la sangre que no estaba conmigo,
me brindaste lo claro del ensueño sin luna,
y estremeciste el aire en busca de la imagen
y una marina estrella llevaste a mi celda.
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Grandezas y ternuras conquistaban la ofrenda
de triste mariposa a fruto bendecido;
hoy por doquiera vives con esperanza inerme
en alas y en horarios y en el aire sencillo.
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Eres como el espejo de amorosos halagos
y saturas mis pasos de luces y de almíbares
cuando las ansias mueren
y el brazo se derrite.
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Sólo así te concibo,
hijo de mi memoria,
en el lecho sin nombre de las edades viejas.
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Del libro Una Rosada Estrella en la Vendimia, 1969
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