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La brisa montañera
trae dedos de esmeraldas
y hurga constante las greñas
oscuras de las muchachas.
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Sabor de azúcar tiene
en sus labios de plata
y voces de flores silvestres
heridas por la mañana.
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Caprichosa, hace un juego
montañero en el agua:
ruedas y circos del cielo
sucio de la palangana.
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Del libro: Punto ‘e Llanto. 1948
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