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Héme aquí, oh Señor, ante esta inmensa
responsabilidad; ente esta excelsa
misión de conducir, de abrir caminos,
de señalar las pautas del destino,
de forjar en las fraguas del esfuerzo
la voluntad, el alma y el talento
de tantos, tantos niños sanos, fuertes,
ricos y pobres, míseros y débiles,
que se acogen confiados bajo mi égida
en los predios humildes de mi escuela.
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Héme aquí, oh Señor, ante tus plantas
llena de fe, de afán y de esperanza.
Tú el justo, Tú el Divino, Tú el Maestro
Tú el conductor de hombres y de pueblos,
Tú el de la infinita sabiduría,
faro de la verdad y la justicia.
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Tú que diste matiz a las corolas,
savia a las plantas, luz a las auroras,
dá a mi ademán la suavidad del pétalo,
a mi voz, la tersura de tu acento
a mi verbo, la concepción precisa
y a mi bondad, la táctica debida.
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Quiero sentirme ungida con tu gracia,
sellada con el sol de tu palabra,
bañada en el panal de tu justicia,
impregnada de tu sabiduría
para labrar -abeja y alfarero-
con miel de aromas y arcilla de luceros,
el precioso panal, néctar divino,
que han de libar las almas de los niños,
colmenas de inquietud, núcleo, crisálida,
donde duermen los hombres del mañana.
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