Romance de la cruz anónima, por José Franco |
En una cruz sin labrar,
sobre una tumba vacía,
grabada con un puñal
está escrita una agonía.
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El nombre que lleva el viento
dice Felicia García,
que allá murió por Gamboa
como tantas campesinas.
Fue en aquel mes de diciembre
de un veinte, que sangre pringa.
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Eran doscientas muchachas
del Batallón de Rufina,
de aquella Rufina Alfaro
que por la historia se guinda
con sueños de patria libre
y gritos de patria herida.
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El veintiuno de diciembre
pasada ya la sangría,
en tinacos de basura
y en bolsas de negra tinta,
recogieron mil pedazos
de las muchachas bravías,
que de verdad se enfrentaron
a la maquinaria gringa.
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Una boina verde olivo
volteada sobre una silla,
quedó intacta del combate
como punzante reliquia;
adentro estaba una carta,
al lado una muñequita
y por el llano tirados
pantalones de fatiga,
hilachas de falda gris
con manchas de sangre viva.
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Eran doscientas muchachas
que se jugaron la vida,
tan cerca de Navidad,
tan lejos de la justicia.
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Hoy que regresé al poblado,
al mirar la serranía,
me detuve ante la cruz
que guarda la letra rústica.
Y pronuncié esta oración
que salió en cuadernavía,
por las doscientas muchachas
y por Felicia García.
Esto fue allá por Calobre
a la entrada de Las Guías.
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Del libro Las Luciérnagas de la Muerte
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