Allí están confabulados
los pulcros salvadores de las mil porquerías:
los saltimbanquis, los gnomos, las hetairas,
los que bendicen, comen fuegos y enseñan
juegos de manos a las monas. Pero esos salvadores
deben ahora salvar su piel, que nuestra mansedumbre,
compañero que gimes
sobre los muros de tu angustia,
para siempre ha cesado,
y ya un puño de bronce repica la campana
que alienta a los dormidos a pelear por sus sueños.
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