Que corran de uno a otro sitio
los tristes mensajeros:
embajadores de infortunio
de una paz de palomas de papel engolado,
con sus levitas y pelucas, zalemas
y medallas de estiércol
que hacen reir hasta a los tontos oficiales.
Que no vengan en romería
al proclamar que es la quietud de los sepulcros
la que sin duda ha de prevalecer sobre
nuestros insobornables corazones.
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