La muerte que nos da la devolvemos
día a día en la señales
que nuestra voluntad desoye en su circuitos
de afanosa labor. También sabemos
destruir al hacer nada
o alguna cosa distinta a la que ordena
quién el fusil empuña. La sangre sube hasta los ojos
y nos confortan voces
que cortan cual relámpagos
porque la voz rebelde
al procaz enemigo en carne viva deja.
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