Nació en la ciudad de Panamá el año de 1836. Su padre
era de origen francés, y su madre panameña. Desde pequeña tenía mucha
afición a la literatura y hacía poesías llenas de un natural encanto, sin
ningún artificio estudiado, como cantan los pájaros. Colaboró siendo muy
joven en el periódico que editaba su padre, Don Saturnino Denis, en Panamá.
Recibió su primera instrucción primaria en la Primera
Escuela elemental de niñas, en el barrio de Santa Ana. Pero su formación
cultural la debió al hogar y al propio esfuerzo. Doña Amelia se encuentra,
en efecto, entre los poetas noveles que se estrenaron desde las columnas de
"La Floresta Istmeña".
Contrajo dos uniones conyugales; del primer matrimonio
tuvo varios hijos, de los cuales podemos mencionar a Doña Julia Ramírez de
García; del segundo sólo tuvo una hija, Doña Mercedes Icaza de Espinosa,
casada en Nicaragua.
Habiéndose casado su hija Mercedes, con el caballero
nicaragüense Don Ponciano Espinosa, su esposo Don José María Icaza acompañó
a su hija a Nicaragua, donde murió a los pocos meses, y es por este motivo
que Doña Amelia Denis v. de Icaza, la sublime poetisa, se trasladó a
Nicaragua en 1894 donde vivió el resto de su vida al lado de su hija y de sus
nietas que trataron con su cariño hacerle más llevadera la ausencia de su
patria y de los suyos. Aquí fué muy apreciada por toda la sociedad, donde
compuso muchas poesías dedicadas casi todas a personas de su especial
simpatía.
Según cuenta María Albertina Gálvez, escritora guatemalteca, Doña Amelia
vivió en Guatemala más de dos décadas. Allí colaboró en varios periódicos
importantes, entre ellos el "Trabajo" y especialmente en el "Bien
Público", hizo relaciones literarias, y popular su nombre y el seudónimo de
"Elena".
Doña Amelia es, en la historia de nuestra literatura, la
primera mujer que escribe versos. Empero, su importancia no estriba en eso. En
postura desventajosa respecto de sus compañeros de generación por virtud de
las dificultades que limitaron su acceso a la cultura, su poesía se distingue
por un profundo contenido social. Doña Amelia vive en permanente polémica
con la sociedad. La injusticia, la hipocresía le hieren de modo particular.
Aparte el tema social, su musa no tiene gusto más que para las expansiones
domésticas.
Su verso es espontaneidad del momento, respuesta a la
sugestión de un instante. Para Doña Amelia no hay problemas poéticos, ni sabe
ella de la lucha por lograr la expresión exacta y bella, el justo matiz del
pensamiento. Precisamente en esa facilidad para darse, en su ingenuidad
poética, está su mayor virtud. Y ello nos explica lo mejor de su obra, su
fuerte contenido político y social. Sorprende el tono de sus poesía,
consideradas la sociedad y la época en que le tocó vivir. Personaje de un
escenario limitado, donde el uso de la "Puerta de Tierra" indicaba la
persistencia de antagonismos sociales, su canto debió parecer blasfemia o
incómodo desenfado a los oídos de cierta gente. Con versos declamatorios que
a ratos suenan a panfleto, Doña Amelia va pidiendo justicia para todos,
fustigando remilgos, exaltando el trabajo y aun solicitando de dos pueblos
sureños en guerra -Chile y Perú-, pongan fin a una lucha para ella insensata
por ser lucha entre hermanos.
Tanta rebeldía social, temperamento tan pronto, a la
contienda no podían ser indiferentes a los afanes y dolores de la
nacionalidad. Natural así que, cuando, ya en las lindes de la senectud, Doña
Amelia visita su tierra en 1906, con el objeto de ver a su hija Julia y a sus
dos hermanas Matilde Denis y Mercedes Denis v. de Miró, frente a la nueva
realidad política, que hipotecaba a una nación poderosa parte del territorio
nacional, se sienta herida en su intimidad. Llena de añoranzas y tristes
presentimientos escribe entonces las melancólicas estrofas de su canto "Al cerro Ancón", poema que cierra felizmente el ciclo
romántico y asegura a la poetisa su definitivo ingreso a nuestro Parnaso.
Murió en Managua, Nicaragua, el 16 de julio de 1911, luego
de una vida apasionada y generosa en desdichas, según se desprende del
contexto de sus poesías. Fué muy llorada y sentida por sus numerosas
amistades que guardan todavía el recuerdo imperecedero de la inmortal
poetisa.
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