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El símbolo: privilegio al crear,
por Gustavo Batista Cedeño


El símbolo: privilegio al crear

Pierre Olivier Joseph Coomans. Belleza Romana | Foto: https://es.artsdot.com

Seguimos creyendo a pies juntillas, que la vida está llena de símbolos y que gran parte de los afanes de su existencia, el hombre (para el caso digamos hombre-artista) los encausa hacia el desentrañamiento de estos símbolos.

En un árbol deshojado vemos el reflejo de nuestras vidas cuando rayan en la decriptud, y en un cielo de negros nubarrones entrevemos las épocas lóbregas de los hombres. El agua es signo de vida y el fuego lo es de la pasión. El laurel nos sugiere paz y una rosa roja, rojísima, nos recuerda el amor.

Ante esos símbolos —imágenes o figuras con que se representa un concepto moral o intelectual y entre los que el entendimiento establece semejanzas y correspondencias— el artista, dotado de excepcionales intuiciones, explota esa veta filosófica que muy dentro lo habita, hasta encontrar, de esta manera, el desencadenador del oleaje de sus creaciones.

En siete días —días de creación— lo que Dios hizo fue poblar el espacio vacío, la vastedad. Igual hace el artista. Al crear hace nacer una cosa, le da existencia propia, la obliga a venir al mundo, le fuerza la vida. De ese modo reafirma en algo su divinidad al colmar el mundo vacío con esas imágenes que un día entrevió y que sólo dejan de perseguirnos cuando encarnan en un cuadro o en un poema.

Luego, no deja de ser curioso el hecho que ante lo creado veamos también un símbolo. Y aquí lo paradójico: lo que nos rodea, que no cesa de tener un simbolismo, nos motiva a levantar una creación que no dejará de ser también, para los demás, otro símbolo.

Es un ir y venir, algo semejante a las aguas del invierno que ahora caen y ruedan con el polvo de la tierra y luego ascienden en perpetua evaporación para caer nuevamente. Así transcurre el tiempo y el hombre en una suerte de flujo y reflujo donde cada cosa-símbolo se integra como parte inmanente de la hurdimbre del arte, que, como resume en frase loable el mexicano Octavio Paz, "no es un espejo en el que nos contemplamos sino un destino en el que nos realizarnos".

Lo que buscamos —lo que se debe buscar— está implícito en el entorno. Pero una fuerza raizal, acaso primitiva, basta para marcarnos la pauta, y la paula es: tras cada creación seguir hilvanando más misterio, más caminos y oportunidades para que los otros (los que aún no llegan y que al llegar también crearán) sea en ellos y las cosas, tanto como nosotros hemos sido en nosotros y las cosas.

Si lo que decimos conserva, a pesar de todo, un tono apenas audible, se debe, antes bien, a que no podemos eludir el hecho de que lo que nos rodea, incluyendo al hombre, asume un carácter de fugacidad y huella simultáneamente.

Al poeta el destino le concede un privilegio excepcional: el verso y con él lo que se ha dado en estimar "la potencia más fértil que el hombre paseé y cuya eficiencia llega a tocar los confines de la traumaturgia", nos referiremos a la metáfora.

Con ella, ¡cuántas realidades y cuántas desconocidas orillas por estrenar! Con la metáfora (símbolo inequívoco) lo real es sublimado, exaltado, colocado en las alturas espirituales. Y en el artista, eso lo sabemos, algo hay que sueña y aspira la sublimidad; un querer llegar a lo deseado y soñado por una senda inusual, plena de arcanos por dilucidar.

Un descorrer los velos y, al mismo tiempo, anhelar cubrirlo todo con esos mismos velos. Por eso la creencia de que con cada creación se perpetúa el misterio, eterno juego en el que la vida edifica al artista y el artista edifica la vida.

Llave para entrar en la ficción de otra realidad que llega a ser aceptada por permitir que el hombre la navegue y desde ella trascienda. Por eso los símbolos: vemos esto, pero es otra cosa lo que titila en el trasfondo, veo a aquella rosa roja y a la memoria viene la idea del amor.

Debe recordarse que al pintor también se le está permitido el privilegio de los símbolos. Contemplamos entre trazos y pinceladas un mar y es el artista quien nos permite (experiencia que puede ser similar a la de él, más nunca igual) ver nuestra propia alma que solicita nuevos mundos y horizontes, pero la vemos tras ese mar pintado al centro del lienzo. Vuelvo a mirar al lienzo y el pájaro pintado en raudo vuelo, nos dice que él el artista ve una vida. Y a nosotros, el resto de los humanos, los colores cálidos que le han dada consistencia a un bodegón, o las tonalidades frías que se desenvuelven sobre la superficie de un collage, nos dicen, cuentan y hablan de un ser y sus horas lóbregas, de un ser y sus instantes luminosos, en fin, de un ser que es el hombre con todo lo que entraña y sugiere.


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Gustavo Batista Cedeño

Publicado en la sección Asteriscos del Diario La Prensa. El símbolo: privilegio al crear. Panamá: Diario La Prensa, sábado 9 de junio de 1990. Pág. 2B.


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