¡Oh tiempo de espera!
Tiempo nuevo. Tiempo
en que nos lanzamos al mar
y las aguas fueron pocas
para sanar nuestras heridas.
El himno de la vida fue el rugido del trueno
en esa montaña que de puro júbilo
se dejó venir en corrientes de fuego,
envolviendo en sus sábanas ardientes
una muchedumbre de chiquillos
y con ellos, todos los muertos
que aquella tarde sepultamos.
Desde el ancho espacio
en que te acostumbraste al duelo
has de bajar Centinela para siempre
y descubrirás un horizonte de espumas
en que por sendero más que el mar
tendrás un sin fin de gaviotas.
Volverás a descifrar esa nueva voz
que te hablará de aquellas ventanas
abiertas de par en par.
Habitada la casa por estos pechos
desnudos repartidos
con el sol que bebe la sabia milagrosa
de amantísimos senos y nuevos seres,
llegados del Olimpo
para llenar la tierra milenaria
de oro y pan.
Un remanso de arena llenó de pájaros
el cofre de los sueños.
De esta tierra saldrá otra tierra.
Plantaremos desde ahora tu voz
y el nuevo siglo con su sino de aurora,
llenará de palomas, la sangre perdida
y las manos del crepúsculo
darán calor al nido junto al río
y como otras noches, la luna
dorará tu cabellera de áureos resplandores.
Entonces, la sangre será azul.
Es decir, llevaremos el cielo en las venas
y las frutas serán de fuego
y dulces como todos los sueños,
será el repicar de los tambores
en los pechos aguerridos.
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