La patria no sólo es
el caracol mutilado
La serpentina ardiente
-el río‑
El rayo en la hondonada
La pradera inmensa
-entre mis brazos extendidos‑
en las esperas.
Divina y sempiterna
en la voz del arco iris
la flecha en el bocado
la floresta en las cabalgaduras
el sol en las huacas
y los caracoles ramificados.
Ella en su horario
de sutilezas y ensueños
donde los caminos
se hicieron cortos.
Para la aurora
nunca ha sido tarde
Jamás la muerte
es sus festejos
siempre una bandera.
El agua floreciendo
en las generaciones
y la patria
ceremoniosa
como las playas
y los atardeceres.
Niña en sus caprichos
ella fue aprendiendo
de sus pasos
sorprendida en sus asombros
sobrecogida en sus tristezas.
La patria
jamás tuvo olvido
fue mi madre
apretando sus labios
mordiendo sus rencores
rumiando sus congojas.
De muchas formas
fue modelada
pero entre las sombras
y los estuarios
era ella
-la luz‑
la brillante pedrería
que no podrán derrumbar
los cadalsos.
Cuando el reloj
fue mostrando su cansancio
un enjambre de gaviotas
cubrió su frente
y coronó la espera
Allí salió su nombre
entre mariposas
y peces
entre árboles
y cortejos.
A ella siempre se le vio sola
con un sudario a cuestas
con una ensoñación
mutilada
y a pesar de eso
nunca dijo no
en las súplicas
ni dilató
la espera.
Y sin embargo ahora
sólo laberintos
lleva a cuestas
sortilegios en la mirada
espejismos en las manos
postraciones
en sus pisadas
y en los atardeceres
templos que se desvanecen
muralla elevando el vuelo
La noche que llega con su sinfonía
de hogueras.
No ha sido fácil
descifrar su augurio
la voz de las estancias
en la lluvia fragmentada
y apareció una vez más con otro nombre
La patria conoció de resabios
y mutaciones
allí donde el destino
vistió de rojo los anhelos.
Al caer los primeros aguaceros
y las tormentas
tomaron sus derroteros
cuando las empozadas cloacas
se perdieron
en las empuñaduras
nada quedó
de aquél anhelo
nada de las flores
nada en los crepúsculos…
Para hablar de sus calamidades
habría que atisbar
tantos molinos
y ya
detenido el viento de la tarde
en que fusilaron
tu ideario
los senderos abrieron las puertas y tanta espera
volverá a tomar
la actitud legendaria
del destino.
Cuando vuelvan
las palomas
a la plaza de los sueños
amanecerá la floresta
en los umbrales
y volverá a rodar el tiempo en la mansedumbre
de la espiga.
La libertad no se hizo
entre las dunas
no fue el cántaro
la estancia
ni el laberinto
de los muertos
Las praderas la vieron
escondida de las bestias
que le sitiaron
entre manantiales
y arrecifes.
Cuando el delirio
tomó la estatura de las esfinges
las manos entrelazadas
inhiestas y aguerridas
dejaron el nido deshecho
-la estancia de la hoguera‑
y volvió a escucharse
el rugido de cañones.
Los espantos
de la noche ensombrecida
fueron dromedarios lapidantes
el regreso de la fiera
en su siniestro manojo de puñales
—Sombras de fuego—
Desprendidas en el epitafio
de la aurora mutilada.
Amada
no me preguntes más por esa patria innombrable
por aquellas volcánicas ensoñaciones
Ya no más por los niños sepultados
y las horas insepultas
No busques más
el calendario
La historia mancillada
La anunciada muerte
el genocidio de banderas.
La patria
sólo fue un instante
en las plegarias
y en el fondo de todas las cosas
el horizonte
coronado de espinas
y a pesar de todo
Siempre los brazos extendidos
siempre la dulzura en la mirada
siempre con el corazón abierto.
La patria fue el anhelo
en las llamaradas
la nueva voz en los esteros
Más allá de las imágenes
fue el territorio
-Sometido‑
y aquella persistencia
en los tratados.
A pesar de todo
Uno trata de olvidar
de ignorar el dolor
las palabras ocultas
furiosas
monstruosas bestias
que emergen de los infiernos.
A pesar de todo
uno es prisionero
de aquel abismo amargo
de aquellas horas trémulas
enfurecidas olas
que naufragan en las costas
del desencanto.
A pesar de todo,
uno se lanza espada de fuego
ignorando el golpe
la caída doliente
hacia el despeñadero
que nos hace cautivos
de la desolación…
A pesar de todo cada paso
es una palpitación hiriente
un pañuelo blanco
una sonrisa mustia
ante todo lo perdido
que elevando las manos
denuncia la esperanza
del alba luminosa
que nos negó el destino.
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