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La voz de las tinieblas (Fragmento),
por Leoncio Obando

I
hoy como otros días
en la siniestra noche
miro al cielo
-infinito-
para invocar
su nombre.

Mientras medito
me conmueve el manto de tierra
que abriga esos huesos
–transfigurados-
de mis entrañas.

Es la misma tumba
donde hace cuarenta años
fue sepultado
nuestro abuelo.
Y me estremece el desvarío
de calendarios
retoñados en caravanas
de espanto.

II
A estas horas
el cementerio
es una solitaria ciudad
de ensombrecidas almas
y de multiplicados seres.

Las hojarascas de la bruma
circundan lápidas
del osario
solemne
y misterioso
como templos lejanos.

Y quisiera ver
de entre aquel asidero
sepulcral,
emerger
la dulce imagen
sideral
que venero.

III
El silencio profundo
me permite, acaso,
escuchar
la respiración
de los muertos
que no descansan.

Me desespera
el lento proceder
en que la tierra
se resiste
a volver a su nivel,
en la alfombra
de flores silvestres
y gotas de rocío.

En el cementerio
es natural el vuelo
de murciélagos ateridos
y el devaneo de ratas
y escarabajos
que entonan
espeluznantes ritmos en su huida.

IV
La niebla
pareciera ser
el mantel
que cubre el suntuoso
manantial
de dolientes
y sepultadas
hogueras.

-Me haces falta, madre-
exclamo.
Y escarbo en las. orillas
del promontorio
como para descubrir
su ausencia
entre mis dedos.

Sé que nadie
vendrá hoy tampoco.
Son las doce.
A esta hora trémula
se revuelven las almas
y ella -si viviera-
dormiría igual
que en las tinieblas.

V
Confieso que era ella
luminoso astro
del infinito.

La recuerdo suntuosa,
con su vestido blanco
-parecía sudar-
y ante tanto dolor
el silencio
fue resignación
reverente.

Frente al altar
-en la caja entreabierta-
sentí el milagroso anhelo
de verla abrir
sus ojos profundos
y, acaso,
contemplar su sonrisa
por última vez.

[…]

X
Miro una vez más hacia atrás
y no puedo evitarlo.
Mis ojos se humedecen
y mi cuerpo tiembla.

Siento que parte de mi vida
reposa entre esas tumbas
y entre tanta soledad
recuerdo:
"polvo eres
y en polvo
te convertirás".

Vuelvo a mirar
atrás
-por última vez-,
y repito:
"Dios mío, qué solos
se quedan los muertos".


Del libro: La voz de las tinieblas. Panamá, 1992.


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