I
hoy como otros días
en la siniestra noche
miro al cielo
-infinito-
para invocar
su nombre.
Mientras medito
me conmueve el manto de tierra
que abriga esos huesos
–transfigurados-
de mis entrañas.
Es la misma tumba
donde hace cuarenta años
fue sepultado
nuestro abuelo.
Y me estremece el desvarío
de calendarios
retoñados en caravanas
de espanto.
|
II
A estas horas
el cementerio
es una solitaria ciudad
de ensombrecidas almas
y de multiplicados seres.
Las hojarascas de la bruma
circundan lápidas
del osario
solemne
y misterioso
como templos lejanos.
Y quisiera ver
de entre aquel asidero
sepulcral,
emerger
la dulce imagen
sideral
que venero. |
III
El silencio profundo
me permite, acaso,
escuchar
la respiración
de los muertos
que no descansan.
Me desespera
el lento proceder
en que la tierra
se resiste
a volver a su nivel,
en la alfombra
de flores silvestres
y gotas de rocío.
En el cementerio
es natural el vuelo
de murciélagos ateridos
y el devaneo de ratas
y escarabajos
que entonan
espeluznantes ritmos en su huida.
|
IV
La niebla
pareciera ser
el mantel
que cubre el suntuoso
manantial
de dolientes
y sepultadas
hogueras.
-Me haces falta, madre-
exclamo.
Y escarbo en las. orillas
del promontorio
como para descubrir
su ausencia
entre mis dedos.
Sé que nadie
vendrá hoy tampoco.
Son las doce.
A esta hora trémula
se revuelven las almas
y ella -si viviera-
dormiría igual
que en las tinieblas.
|
V
Confieso que era ella
luminoso astro
del infinito.
La recuerdo suntuosa,
con su vestido blanco
-parecía sudar-
y ante tanto dolor
el silencio
fue resignación
reverente.
Frente al altar
-en la caja entreabierta-
sentí el milagroso anhelo
de verla abrir
sus ojos profundos
y, acaso,
contemplar su sonrisa
por última vez.
|
[…]
|
X
Miro una vez más hacia atrás
y no puedo evitarlo.
Mis ojos se humedecen
y mi cuerpo tiembla.
Siento que parte de mi vida
reposa entre esas tumbas
y entre tanta soledad
recuerdo:
"polvo eres
y en polvo
te convertirás".
Vuelvo a mirar
atrás
-por última vez-,
y repito:
"Dios mío, qué solos
se quedan los muertos".
|
Del libro: La voz de las tinieblas. Panamá, 1992.
|