Antes de la piedra desnuda
de la nada criando musgos,
de los olvidados orígenes,
entre el nunca más y el ahora mismo;
cuando no había Dios
ni castigo
ni perdón,
la circunferencia del amor
testimoniaba la totalidad.
Fue el Entonces un ahora mismo,
desnudo de voces,
aletargado,
apartando escombros,
ascendiendo del abismo,
con una interrogación,
a la intemperie.
Y el agua
que nos devuelve los asombros del reflejo
fue propicia...
-alarido en el centro de la primera mañana‑
Y empezó el milagro...
Llegó aquí, entonces la palabra
Ella,
criatura estremecida,
venía de la transparencia,
epifanía su rostro,
promesa, su rastro en el agua.
Ella,
la Primera. Madre,
esfera de gemidos,
traspuesto el umbral de la nada,
se vistió de lluvia los silencios,
bebió soles de terracota,
y con primigenio acento
susurró la canción del Árbol de la Vida,
y se extendió por la vastedad
el silbo y el rugido:
dio a los pájaros el color de sus ojos,
y alas fosforescentes a las flores.
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