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Días de lluvia,
por Héctor Collado

1
La ciudad amaneció muda, fría
con el cielo colmado de espesas nubes incoloras
— pavorosa oscuridad de los ojos —
sin ningún rayo de sol que pronunciara los pasos
de los cotidianos transeúntes
que trazan líneas exactas de la casa al trabajo
y de la semilla a la flor.

2
Se fundió el cielo... la negra soledad del día
se ha despejado; el sol parpadea oculto tras las nubes
desplumadas; los pasos dejan oír su voz
— su ancho coro de huellas húmedas —
y los hombres vuelven a la marcha
y se pierden luego de los desconocidos designios de la lluvia.

3
Necesito una excusa/una tribu de salvajes/un pedazo de animal encendido
un tambor guerrero/ una danza oculta/ algún rito misterioso y un
silencio sepulcral para reventar la voz del trueno
— sangre en la garganta — para gastar los puntos de apoyo
del Dios nuestro de todos los días (ausente como el pan)
falsa fe — muerta esperanza —
para que se venga al suelo — a compartir nuestro dolor —
con todas sus lágrimas de implacable impotencia.

4
El día con su palidez del color de la tristeza
con su enormidad de la estatura de la vida
de vez en cuando se detiene a juntar los ríos
luego de reventarle el corazón a sus cántaros.

5
La ropa en los tendederos emula fantasmas puros tremendamente mojados
por las dulces gotas del amanecer
— los chasquidos tiernos de sus dedos —
al derramarse.

6
Quisiera desprenderme el rostro, sucio de tiempo
para parecerme a ti
— milenaria precipitación —
limpia como la esperanza
mansa o violenta como mi pueblo.

7
Los pájaros del cielo se deshacen, vuelan en mil pedazos...
al romper el suelo corren por las avenidas —yertas alas—
­y llenan aceras, vacían ojos y se alejan hacia el mar
que los reclama para emprender nuevamente el vuelo
que les determine la vida.

8
El agua desciende mansa sobre las ancianas casas
de madera fracturada y los chiquillos desnudos
pululan y llenan la calle de bulla, se dispersan
corren de un lado a otro con la inconsciente ambición
de dar con el chorro mayor...
de esa manera somos los hombres
corremos de izquierda a derecha, de norte a sur
en la eterna búsqueda del río tembloroso
que venga a llenar nuestras roídas esperanzas
— sus gastadas piedras —

9
La tierra roturada aloja en mis poros
un profundo olor a muerte
y me encuentro con el principio:
inhalo los dolores del árbol descalzo,
la imperante necesidad de ser para hacer sentir.
Un campesino me mira desde dentro, desde mi interior desnudo
comprometido con la luz y en sus manos ásperas
abandono mi fortaleza para que no perezca
estrangulado por las muertas raíces de la sequía.
a mi abuelo

10
Los obreros
— puñado de mariposas ­—
empapados de labor
— estructuras musculosas —
­llenan las arterias de los días
y se desvisten de lluvia
para vestirse de sol.

11
Escampó
la lluvia se fue del pueblo, abandonó a su suerte
la exasperante rutina de las grises avenidas
(buses, pitos, pasos, gritos).
Escampó
el poeta se detuvo frente al mar como una piedra
aguardaba las palabras del cielo, sus frases más honestas
para imprimirlas sobre delicados párpados blancos.
Escampó
mis manos han volado llenas de ansia
y sueños y me quedo mudo
gritando que me escuchen.

12
Después de la lluvia
el amor permanece
como roca inmarcesible
alejado de las gotas.

Todo esto acaeció ayer (...)
cuando mis sueños se agazapaban en la
oscuridad y temían la llegada del día.

Todo esto vino a suceder
cuando el dolor desgarraba mi corazón
y la Esperanza se afanaba por zurcir
los rasgones.


Publicado en: Serie poesía panameña actual No. 4. Editorial Mariano Arosemena, Instituto Nacional de Cultura, Panamá, 1984.


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