Regreso al barrio
y me sorprendo al mirarle el mismo rostro
desteñido de siempre
el mismo rostro caído de los balcones
los tendederos: barbas sudorosas
las bicicletas dormidas
los mismos muertos, los mismos vecinos llorosos
las mismas pailas gritando soledad.
Siempre al retorno están allí
como la copia exacta de mis recuerdos
y escucho algunas voces
lanzándose al reto nocturno de la calle
masticando nombres extraños
desde las bocas de las casas
adoloridas de tiempo
petrificados esqueletos del vicio.
Regreso al barrio
y por las esquinas trato de evadir
la desastrosa situación de los tinacos
y por los callejones llenos de pasos
me lamento:
“a nadie le va a doler la fractura
de mis pesados ojos derretidos”.
Regreso al barrio
y los maleantes se pasean
calle-arriba-calle-abajo
con la mirada perdida
conversando sobre su razón de vida
con cómicas gesticulaciones
y sudan temerosos
cuando en las paradas de los buses
acechan bolsillos secos
blandiendo puñales.
Casi siempre vuelvo tarde en la noche
abandonado de libros
y un extraño temor me asalta
grito y el eco se propaga puerta adentro
lloro pena seca
no sé escapar de esta REALIDAD.
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